Negamos que somos hijos del rigor, que en nuestros antepasados hay harapientos y notarios.
Negamos que la sabiduría no se hereda, que las papas fritas nunca salen como en el restaurant.
Negamos que los sueños solo son sueños, que las milanesas nos dan acidez.
También negamos que los asuntos del corazón nos afectan, que el zapallo siempre queda crudo y que la yerba es medio trucha: llena de palos y polvo y misteriosos pedacitos de hoja verde-verde... ¿ Qué será ?
Negamos que la acelga es un bochorno, que los alfajores perdieron la mitad de su tamaño en 20 años.
Negamos que la felicidad no nos pertenece y nos es esquiva, la mal nacida.
Negamos que negamos. Porque esa es la esencia del negacionismo: contradecir la contradicción y afirmar la alegoría inversa.
Que si no entienden es lo mismo porque me niego a explicar.
¿ Pero qué se ha visto...?
La negación se ha esparcido por todo el continente, qué digo, la galaxia.
Por eso niego que este collage tenga esferas de relojes.
Es decir: ellas se niegan a sí mismas mimetizadas entre las manchas apócrifas, la tinta derramada, la cola ( no la de ustedes... sino la que usé para pegar ), el glitter parlanchín y la memoria retórica que surgió del enchastre.
Que les sea leve.
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